REMEMBRANZA
Actualizado: 20 dic 2019

La alarma del reloj la despertó súbitamente. Hace meses que no lograba conciliar el sueño de la forma en que lo había logrado esa noche. Despertó confusa, no recordando si debía levantarse para ir al trabajo o si era fin de semana o si sólo había olvidado desprogramar la alarma. Atinó a extender su delgado brazo hacia el velador de su cama, para apagar el sonido estruendoso que osaba interrumpir su sueño reparador. Después de unos segundos, abrió suavemente sus ojos, sintió la tibieza de las sábanas y se propuso levantar con el mayor optimismo; pero llegó al baño, contempló su rostro y no se gustó; el brillo de hace un par de años atrás se había ido y empezaban a hacerse notar con fuerzas sus primeras arrugas y sus primeros cabellos de color blanquecino.
Recordó que era sábado y que había programado un viaje hace meses atrás en donde los invitados eran ella y sus recuerdos. Después de años sin tomarse vacaciones, había decidido que ese fin de semana, viajaría sola a una montaña ubicada en el sur. Su intención era huir del ruido de la ciudad para reencontrarse con ella misma, ya que hacía tiempo se había perdido en la vorágine del día a día y necesitaba un tiempo de conexión.
Pensó que la ducha le haría retomar las fuerzas para hacer el viaje que se había prometido. Necesitaba estar en el silencio de la naturaleza, de lo contrario sabía que su cuerpo lo resentiría y se enfermaría de estrés.
Luego de tomar desayuno y empacar un par de prendas, subió a su moto y se marchó de la ciudad. Sentir el viento en su piel le fascinaba, por eso le gustaba salir en moto, para percibir esa libertad que la fuerza del viento lleva envuelta.
Recorrió 300 km hacía el sur, hasta que al mediodía llegó al paraje que la esperaba desde mucho tiempo atrás, al que solía ir junto a sus padres en su infancia. Un lugar solitario ubicado en la precordillera, rodeado de abundantes árboles, lagos y colinas.
Lo primero que hizo al llegar a aquel lugar, fue bajarse de la moto y sacarse la ropa. Corrió desnuda por las praderas verdes hacía el lago. Sólo quería sentir el contacto del agua con su cuerpo.
Nadaba como si fuera parte del lago, su cuerpo danzaba entre las caricias del agua tibia, se sumergía y luego salía, tomaba un poco de aire y volvía a zambullirse, sintiendo la suavidad de aquel lago en su piel: ella y el agua se transformaron en un solo Ser, hasta que comenzó a flotar. Sus huesos, sus músculos, descansaban sobre la amabilidad del agua; su cuerpo miraba hacia el cielo; en esa posición podía contemplar su color azul, sentir el calor de los rayos del sol sobre su piel y ver los altos árboles que la rodeaban en medio del silencio de la naturaleza, sosiego que sólo se interrumpía por el sonido de las hojas de los árboles al chocar entre sí.
En esa quietud, mientras Amanda flotaba en el agua cálida, comenzó a entrar en un estado de profunda calma, sus ojos se cerraron, su corazón comenzó a latir más suave, más lento, sus pensamientos empezaron a calmarse y en su mente inició un viaje hacia el pasado. Como si retrocediera en la línea del tiempo, se vio a sí misma siendo adolescente, se vio siendo niña, se vio siendo un bebé.
Comenzó a contemplar imágenes nunca vistas hasta ese momento; veía luces, explosiones, oscuridad, colores, sombras. Al principio se asusto, pero luego se dejó llevar por aquella sensación tan liviana y agradable.
Amanda nunca se imaginó que recordaría el momento inicial de su vida, en el que fue gestada en el vientre de su madre.
Todo partió con un salto: había llegado a ese espacio oscuro, cálido y acuoso desde un lugar de mucha luz. Recordó que al llegar al útero de su madre, había sentido una gran explosión, como aquellas que se producen en el universo cuando se crea una estrella. De alguna manera se había asentado en una matriz sagrada, y aunque al principio no veía su propio cuerpo, si sentía como éste se iba formando y expandiendo.
Recordó que había momentos en los que volvía a esa luz enceguecedora desde la cual había saltado, y luego, retornaba a aquel espacio oscuro y cálido que la cobijaba de una forma especial y similar al calor que encontraba en la luz desde la cual venía.
Al principio era algo así como un puntito de luz, radiante como una estrella, podía sentir toda la fuerza que emanaba y que se expandía hacia la mujer que en su vientre la resguardaba, su madre.
Las primeras semanas de su gestación transcurrieron de esa manera, Amanda transitando desde la luz de la cual venía hacía la oscuridad que la cobijaba, percibiendo los sonidos internos de su madre, el latir de su corazón, el fluir de su sangre. También podía percibir cuando algo inquietaba a su mamá, porque su corazón y todo en ella, latía más fuerte.
Sentía la calma de las noches, en que el cuerpo de su mamá entraba en un estado de reposo; Amanda lo lograba percibir, sabía de alguna manera que la noche había llegado.
Después de algunos meses, podía distinguir voces y más sensaciones. Sentía las vibraciones que venían del exterior del cuerpo de su madre, no las podía distinguir claramente, pero si percibirlas, salvo la voz de su madre, que era nítida y retumbaba en todo su cuerpo, llegando dulcemente al útero en donde Amanda comenzaba a tomar forma humana. Era un espacio y momento muy especial.
Así, pasaron 10 lunas llenas, hasta que Amanda decidió salir de aquel oscuro lugar. Recordó que tuvo que pasar por un canal muy estrecho, y que a veces sentía que no lo lograría, que se quedaría atrapada ahí, pero su mamá algo hacía, que le permitía resbalarse y avanzar. Así, estuvo largo rato, hasta que de pronto, salió de aquel túnel, de aquel portal.
Cuando salió no pudo aguantar las ganas de llorar, el cambio era muy fuerte, pasó desde la oscuridad absoluta hacía una especie de luz que la invadía; los sonidos también eran distintos, más nítidos, más altos; habían muchas cosas que la sacaron abruptamente de la tranquilidad en la que por nueve meses pasó. Sintió que aquella seguridad que encontraba en el útero de su madre, ya no la tendría; no podía parar de llorar.
Pero al cabo de unos segundos, luego de percibir el aroma de su mamá, supo que ahí estaba su lugar. Sintió la piel de su madre, quien la sostenía entre sus brazos, y si bien no podía enfocar aún su visión, al estar tan cerca de su rostro pudo apreciarla y ver sus ojos, que le hicieron recordar el interior de aquel vientre. Logró calmarse, y comprender de una manera muy especial, que en su madre podía encontrar siempre la protección que le había dado esa matriz sagrada.
Así, fue saliendo lentamente de aquel recuerdo, comenzó a volver al aquí y al ahora; se dio cuenta que estaba en medio del lago, flotando. Pensó que se había quedado dormida, que su recuerdo había sido un sueño, pero algo le decía que no era así, lo que de todos modos le pareció un regalo del cielo, ya que al fin y al cabo, su intención al escapar de la ciudad, era precisamente eso, reencontrarse, y que mejor que comenzar con el recuerdo de la mujer más importante de su vida, aquella que la llevó por nueve meses en su interior, con la que compartió la misma sangre, el mismo cuerpo y hasta los mismos sueños y sentimientos.
Al traer a su vida presente este recuerdo, pudo comprender ahora, a sus 39 años de edad, todo el amor y protección que le entregó su madre y sintió que ello le bastaba para sentirse amada.
Prof. Mery Marchant Pérez
Centro de Estudio e Investigación Terapéutica